Pasaba los días deseando estar en otro lugar,
sentado en su patio mirando las nubes flotar,
se debatía qué sería de él sino supiera amar,
pero no podía, quería tan sólo dejar de llorar,
cansado de ser, se levantó y comenzó a caminar.
Él sabía qué caminaba, pero se sentía correr,
y escapando de aquello que le daba miedo ser,
pero él ignoraba todo eso que debería saber,
que no importa realmente lo que creyó aprender,
lo importante es lo que uno mismo decide ser.
Intentaba no prestar atención a su alrededor,
a las calles rebozando de alegría y de amor,
a las fuertes imágenes que lo llenaban de dolor,
quería gritar pero tenía apagada su voz,
y entonces siguió y siguió caminando bajo el sol.
Luego la suerte le dijo que ya era suficiente por hoy,
y el destino lo sentó en aquel bar, en una mesa para dos,
guardó sus lentes, dejó de ver las cosas de un solo color,
de pronto sonó de fondo en aquel lugar una hermosa canción,
su radio de la vida parecía haber cambiado de estación.
Un atrapante, suave perfume llamó su atención,
giró su cabeza a la entrada y él allí la vió,
con esa atracción que le hizo latir el corazón,
se cruzaron sus miradas y ambos sintieron esa unión,
una perfecta sinfonía de música, aroma y emoción.
Ella se dirigió hacia donde él sentado estaba,
se acomodó en la mesa que junto a él se encontraba,
él la invito a sentarse en su mesa desolada,
ella aceptó alegremente de manera endulzada,
él sentía cómo por dentro todo se estrepitaba.
El dolor y la angustia que antes lo agobiaban,
ya eran sólo un recuerdo que él ignoraba,
sin darse cuenta veía como su vida cambiaba,
había encontrado el amor que tanto anhelaba,
y aparecía ahora una sonrisa que lo deslumbraba.
(Mil disculpas, ya sé que es malo, lo escribí hace años.)