domingo, 21 de febrero de 2010

Gabriel

Hacía al menos un mes que los seguía a escondidas, cada vez que iban al parque, a los juegos, al cine o incluso a hacer las compras. Era el año 1990 y Gabriel ya estaba viejo para esas cosas, pero sabía bien que si no era ahora ya no podría ser nunca. Era muy pronto para pedir disculpas aunque hacía ya 12 años de lo que les hizo. El problema es que si seguía postergándolo más iba a ser demasiado tarde.

Sólo podía seguirlos porque hasta entonces no se animaba a hablarles, ni siquiera podía presentárseles porque Verónica lo reconocería. ¿Cómo olvidar la cara de ese hombre? Ese hombre que les arrebató lo que tanto amaba.

No, no lograba juntar valor suficiente. Se quedaba simplemente vigilándola a ella y a su hijo de 12 años, Joaquín, esperando que llegase un momento apropiado para hacerlo, aunque momento apropiado para eso no había, sólo tenía que hacerlo.

En uno de estos días, rogándole a Dios que le de fuerzas para enfrentarlos y decirles lo arrepentido que estaba por todo lo que había hecho, por todo lo que les trajo, los siguió de camino a casa. Frustrado por un día más sin haberse animado, se quedó unos minutos más como si de verdad creyese que iba a golpear la puerta para pedir perdón. De repente sintió que algo andaba mal. De las ventanas abiertas y de entre las persianas de madera salía un espeso humo negro y un aplanador olor a telas y madera quemadas. De inmediato un resplandor naranja se veía flameante desde el interior. La casa estaba ardiendo en llamas bajo ese caluroso sol de verano de Buenos Aires. Gabriel dudó al principio, pero no podía dejarlos atrapados dentro de la casa, no podía abandonarlos y herirlos una vez más, no iba a permitir que el fantasma de lo que fue se apoderara de él. Así fue que arremetió contra la puerta y se adentro en la humareda y las llamas en busca de Verónica y Joaquín. Enseguida el humo comenzó a marchitarle aún más los pulmones y el calor a curtir su piel. Buscando entre esa densa nube negra y cegadora los encontró: ella con miedo en el rostro y con él en sus brazos inconsciente, rastreando alguna salida de las llamas. Evitando el fuego los condujo hacia una salida fuera del infierno. Al salir se escuchaban las sirenas de los bomberos y la ambulancia que acudían al incendio. A Gabriel le costaba trabajo caminar, pero sobre todo respirar, y como ya había logrado ponerlos a salvo se dio el lujo de desmayarse. Se apagaron las luces parpadeantes y los ruidos insoportables del fuego devorando un hogar.

Abrió los ojos. Una luz lo encandilaba. Estaba un poco adormecido, pero escuchaba perfectamente a los doctores que trabajaban con él sobre una camilla en la sala de urgencias para ayudarlo. Miró alrededor y vislumbró entre los demás médicos a Joaquín en otra camilla siendo atendido.

Entonces la vista se le empezó a nublar y antes de darse cuenta volvió a desvanecerse.

Cuando volvió en sí los doctores ya habían terminado con él, y parecía que también estaban terminando con Joaquín. Se sintió aliviado cuando vio que estaba bien. Se sentó en la camilla justo a tiempo para ver a Verónica cuando entraba a la habitación. Los doctores le informaron el estado de su hijo. Aliviada y feliz, buscó la figura del hombre que los había rescatado de entre las llamas, pero su sonrisa se borro de su rostro cuando vio aquella cara conocida con la que soñaba veces, aunque más que sueños eran pesadillas. Por más que hoy en día esa cara esté curtida por el paso de los años ella no la olvidaría ni la confundiría nunca. Se le acercó lentamente, mirándolo a los ojos, tratando de entender qué estaba haciendo allí. Al instante lo comprendió: sus ojos llenos de lágrimas dejaban ver su alma arrepentida.

Verónica se paró al costado de su camilla y Gabriel le comenzó a hablar con la voz quebrada y afónica:

- Estaba ahí para pedirles perdón. Perdón por lo que le hice a Emanuel y…

- No-interrumpió Verónica con expresión que demostraba odio y repulsión, rencor y dolor-. Nunca.

Se dio media vuelta y separó la camilla de Gabriel de la de Joaquín por una cortina. Gabriel no respondió, sabía que tenía razón. No sabía porque había creído que lo que había hecho tenía perdón.

12 años atrás, cuando cumplía ordenes como militar durante la dictadura, Gabriel disparó sin misericordia a matar a un hombre, un padre y esposo de familia, frente a su esposa y su hijo nacido hacía tan sólo unas semanas. Emanuel se llamaba. Así había destruido una familia, apagado esperanzas y causado dolor. De todas las veces que había asesinado, secuestrado y torturado nunca pudo olvidar esa vez. Ese grito de dolor de aquella mujer que perdió su ser amado y el llanto desesperado de un bebé que acaba de ser despojado de su padre. Lo aterrorizaba ese recuerdo, y no sólo en sueños, también cuando despierto miraba los ojos de un niño o el rostro de una novia. Era cierto aquello que decían, que la memoria es el arma más fuerte contra ese terror que algunos llamaban “el proceso”. Pues era la memoria lo que lo mataba por dentro. Mientras que por fuera no sólo su edad lo acercaba a la muerte.

Aunque no había reaccionado inmediatamente, las palabras de Verónica lo habían alterado. Comenzó a sentir una agitación en el pecho que le impedía respirar. El oxígeno que le dieron los médicos no lo ayudaban, y cada vez que tosía salía sangre de su boca. Los doctores acudieron de inmediato pero poco pudieron hacer por él. Estaba muerto.

El humo terminó lo que el cáncer pulmonar había empezado tiempo atrás. Se lo diagnosticaron un año antes de su muerte. Fue allí cuando cayó en la cuenta de que su vida sólo había traído maldad, y sólo podía pensar en todas las personas a las que había ejecutado, en todas las personas alas que había herido, pero sobre todo en Verónica y Joaquín. Durante meses estuvo aterrorizado, haciéndose a la idea de que estaba condenado al Infierno por ello. Once meses después buscó la manera de hallarlos para pedirles perdón por todo.

El 7 de Octubre de 1990 Gabriel perdió la vida, una vida vacía, arriesgándola para salvar otras dos vidas mucho más importantes para él. Aunque Verónica nunca lo perdonó por lo que había hecho, Gabriel estaba feliz de haberles salvado.

Es imposible saber si fue destino o casualidad lo que pasó, o si tal vez fue Dios con sus misteriosas maneras de actuar. Lo que se sabe es que si Gabriel no hubiera enfermado ni se hubiera arrepentido no hubiese estado ahí en ese momento para hacer la única buena acción de su vida.

Luego de morir era su turno de ser juzgado. Hoy podría estar cumpliendo su condena en el Infierno o disfrutando del perdón de Dios en el Paraíso.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Iguales y Diferentes

Habría que ponerse a pensar y ponerse en lugar de un discriminado para entender la humillación, la soledad y el dolor a los cuales una persona “diferente” es sometida diariamente.



Quizás la única solución esta en uno mismo, en aprender a tolerar y en darnos cuenta de que los demás son más parecidos a nosotros de lo que nos imaginamos, no importa que no se compartan las ideas, ni la onda, ni el estilo, ni la personalidad, ni la forma de hablar, ni nada. Lo que importa es que por dentro somos todos iguales, todos podemos sangrar. Hay que aprender a vivir con las diferencias que se tienen y así, uno puede llegar darse cuenta de que el mundo puede ser un lugar mejor, puede dejar de ser un infierno y asemejarse un poco más a un paraíso.


P.D.: Cliqueen en la imagen para verla en grande.

sábado, 13 de febrero de 2010

Melancolía

Sentado en una silla frente a una computadora, escribiendo pensamientos. Sufriendo tal melancolía. Buscando dentro, muy dentro de mí qué sucedió con aquellos sueños y aquellos días donde nada era tan complicado: cuando las emociones eran simples y la felicidad se alcanzaba con la simpleza de un acto que logre la risa.

Sólo quiero saber dónde quedaron aquellos sueños, cuando despierto se podía llegar a ser feliz con un poco de imaginación. No hacía falta dormir para que nada sea imposible. No hacía falta saber demasiado para saber qué hay más allá del horizonte. Cuando las respuestas a preguntas complicadas eran simples. Cuando se era tan inconsciente de la realidad que se lograba ser feliz.

Aquellos sueños que andan perdidos por ahí, que los guarda un niño jugando a las escondidas en los recuerdos más enterrados de mi memoria. Ese niño se escondió al ver que la realidad era tan cruel. Escapó de lo que no quería ver llevándose los sueños que ya nunca podrán ser. A menos que algún día pueda encontrar a ese niño que llorando se escapó cuando crecí y lo abandoné con el tesoro más preciado que alguna vez pueda desenterrar.

Esas fantasías en las que no existía ni maldad, ni crueldad, ni hipocresía, ni tristeza. En los que el amor no hacía sufrir y la amistad verdadera era fácil de conseguir. En los que todo era simple y no costaba tanto entender un “porqué” si era tan fácil conformarse con respuestas simples. En esos sueños que estaban tan alejados de la verdad.

Una verdad tan fría, donde sólo se puede fingir ser otra persona y ocultar los más grandes sentimientos que hay en el corazón. Donde el engaño se volvió el arma más poderosa y la verdad es la cuerda más floja por la cual caminar. Donde la hipocresía gobierna hasta en los rincones más oscuros de los corazones. Donde la mentira es el mal más común. Donde ya nada es como solía serlo.

Creo en que algún día voy a encontrar al niño que solía ser para pedirle que me devuelva los sueños que no logré alcanzar por la ignorancia que me obliga a no cumplirlos y dejarlos en el olvido.

Me gustaría callar todo este oscuro sentimiento pero esta maldita melancolía y esos recuerdos tan felices, que ahora se vuelven tan deprimentes, no me dejan ocultar que ya no aguanto más estar acá. Ignorar y esconder lo que siento no sirve de nada si sólo logro ocultar quien soy. Quiero dejar que me conozcan, quiero dejar de fingir estar bien cuando en verdad sólo siento explotar. Quiero olvidar que esto es realidad y creer que pronto voy a despertar de este mal sueño, de esta pesadilla que no me deja reír al mostrarme que no hay salida. Quiero ser yo y que me acepten por serlo. Quiero comenzar a vivir para alcanzar esos sueños escondidos en el corazón de ese niño que no puedo encontrar. Jugamos un juego que no puedo ganar, que trato y trato y no puedo ganar. Sólo consigo esa sensación de perdedor que me atrapa cada vez más y no me deja ver. No me deja buscar a ese niño que esconde mis sueños. Quiero ser real.

Escrito en algún espacio temporal del 2005.

Sábado, 13 de Febrero de 2010:
Hoy, contento, puedo decir que ya lo he encontrado.


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jueves, 11 de febrero de 2010

¿Importa?

Mi amigo un día me preguntó: "¿Eres gay?".
Yo lo dije: "¿Importa?".
Él dijo: "No, no importa".
Entonces le dije: "Sí, soy gay".
Me dijo: "No me llames más amigo".
Importaba.

Mi padre me preguntó: "Hijo ¿eres gay?".
Yo lo dije: "¿Importa?".
Él dijo: "No importa".
Entonces le dije: "Sí padre, soy gay".
Me dijo:"No me llames más padre".
Importaba.

Mi novio me preguntó: "¿Me amas?".
"¿Acaso eso importa?" le dije yo.
"Sí, sí importa".
"Te amo" le contesté, entonces me besó.

Un día Dios me preguntó: "Hijo, ¿te quieres?".
"Y eso qué importa si soy gay".
Él me dijo: "A mí sí me importa, eres mi hijo. Así te hice y así te quiero".

Desde entonces nada más importó.

Jorge Tamayo Herrera

martes, 9 de febrero de 2010

Balada para un Loco

Balada para un Loco

Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo, ¿viste? Salís de tu casa, por Arenales. Lo de siempre: en la calle y en vos. . . Cuando, de repente, de atrás de un árbol, me aparezco yo. Mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizonte en el viaje a Venus: medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel, dos medias suelas clavadas en los pies, y una banderita de taxi libre levantada en cada mano. ¡Te reís!... Pero sólo vos me ves: porque los maniquíes me guiñan; los semáforos me dan tres luces celestes, y las naranjas del frutero de la esquina me tiran azahares. ¡Vení!, que así, medio bailando y medio volando, me saco el melón para saludarte, te regalo una banderita, y te digo...

Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao... No ves que va la luna rodando por Callao; que un corso de astronautas y niños, con un vals, me baila alrededor... ¡Bailá! ¡Vení! ¡Volá!
Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao... Yo miro a Buenos Aires del nido de un gorrión; y a vos te vi tan triste... ¡Vení! ¡Volá! ¡Sentí!... el loco berretín que tengo para vos: ¡Loco! ¡Loco! ¡Loco! Cuando anochezca en tu porteña soledad, por la ribera de tu sábana vendré con un poema y un trombón a desvelarte el corazón. ¡Loco! ¡Loco! ¡Loco! Como un acróbata demente saltaré, sobre el abismo de tu escote hasta sentir que enloquecí tu corazón de libertad... ¡Ya vas a ver!

Salgamos a volar, querida mía; subite a mi ilusión super-sport, y vamos a correr por las cornisas ¡con una golondrina en el motor! De Vieytes nos aplauden: "¡Viva! ¡Viva! Los locos que inventaron el Amor";y un ángel y un soldado y una niña nos dan un valsecito bailador. Nos sale a saludar la gente linda... Y loco, pero tuyo, ¡qué sé yo!: provoco campanarios con la risa, y al fin, te miro, y canto a media voz.

Quereme así, piantao, piantao, piantao... Trepate a esta ternura de locos que hay en mí, ponete esta peluca de alondras, ¡y volá! ¡Volá conmigo ya! ¡Vení, volá, vení!
Quereme así, piantao, piantao, piantao... Abrite los amores que vamos a intentar la mágica locura total de revivir... ¡Vení, volá, vení! ¡Trai-lai-la-larará!

¡Viva! ¡Viva! ¡Viva!
Loca ella y loco yo...
¡Locos! ¡Locos! ¡Locos!
Loca ella y loco yo!


Música: Astor Piazzolla
Letra: Horacio Ferrer

viernes, 5 de febrero de 2010

Palabras de Aliento.

A veces nos falta valor suficiente para enfrentarnos y poder ayudar a alguien más, a veces el miedo nos paraliza y no nos deja lograr lo que tenemos que hacer, o en otros casos estamos tan asustados que ni siquiera nos animamos a salvarnos a nosotros mismos. ¿Cómo hacer para conseguir suficiente valor para saltar? ¿Cómo hacemos cuando ese valor parece imposible de alcanzar? ¿No hacemos nada? ¿Hacemos cosas de las que luego nos arrepentimos? ¿Hacemos daño porque nos asusta la idea de ser derrotados?


Quizás es tiempo de dejar de esconderse o de hacer las cosas mal, tal vez es el momento de buscar ese valor y enfrentarnos a cualquier viento que nos quiera derrotar.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Cambio de Estación

Pasaba los días deseando estar en otro lugar,
sentado en su patio mirando las nubes flotar,
se debatía qué sería de él sino supiera amar,
pero no podía, quería tan sólo dejar de llorar,
cansado de ser, se levantó y comenzó a caminar.

Él sabía qué caminaba, pero se sentía correr,
y escapando de aquello que le daba miedo ser,
pero él ignoraba todo eso que debería saber,
que no importa realmente lo que creyó aprender,
lo importante es lo que uno mismo decide ser.

Intentaba no prestar atención a su alrededor,
a las calles rebozando de alegría y de amor,
a las fuertes imágenes que lo llenaban de dolor,
quería gritar pero tenía apagada su voz,
y entonces siguió y siguió caminando bajo el sol.

Luego la suerte le dijo que ya era suficiente por hoy,
y el destino lo sentó en aquel bar, en una mesa para dos,
guardó sus lentes, dejó de ver las cosas de un solo color,
de pronto sonó de fondo en aquel lugar una hermosa canción,
su radio de la vida parecía haber cambiado de estación.

Un atrapante, suave perfume llamó su atención,
giró su cabeza a la entrada y él allí la vió,
con esa atracción que le hizo latir el corazón,
se cruzaron sus miradas y ambos sintieron esa unión,
una perfecta sinfonía de música, aroma y emoción.

Ella se dirigió hacia donde él sentado estaba,
se acomodó en la mesa que junto a él se encontraba,
él la invito a sentarse en su mesa desolada,
ella aceptó alegremente de manera endulzada,
él sentía cómo por dentro todo se estrepitaba.

El dolor y la angustia que antes lo agobiaban,
ya eran sólo un recuerdo que él ignoraba,
sin darse cuenta veía como su vida cambiaba,
había encontrado el amor que tanto anhelaba,
y aparecía ahora una sonrisa que lo deslumbraba.


(Mil disculpas, ya sé que es malo, lo escribí hace años.)

Dejando Los Cables Dormir

Dejando Los Cables Dormir
Sometimes we have to let the cables sleep.