Lluvias de agosto y angustia de sábado por la noche. Como cada vez antes de salir a bailar, revisaba su guardarropa para ver qué se pondría. Mil y una veces se probaba distintas ropas frente al espejo. Odiaba que todo le quedase horrible. Odiaba estar horas y horas arreglándose para que se le queden mirando como a un monstruo. Odiaba el espejo y cómo se veía en él. Odiaba ser gorda.
Al fin había elegido lo que llevaría puesto esa noche cuando se mira nuevamente en el espejo. La forma en que se veía era horrible. Se encogió en el suelo a llorar. Nunca entendería por qué tenía que ser así. El peor de los males es siempre el que está dentro de uno mismo, ella era su peor enemigo.
Los sueños rotos que su fealdad no le iba a dejar cumplir le retumbaban fuertes dentro de su cabeza. Apretó sus dientes emitiendo un grito hacia sus adentros. Cada vez más lágrimas caían en el suelo. Levantó la vista hacia el espejo otra vez y miró con repulsión su reflejo.
Se dirigió hacia al baño, cerró la puerta detrás suyo y abrió la ducha para que nadie pudiera escucharla. Se arrodilló frente al inodoro y deslizó sus dedos hasta su garganta. A veces se preguntaba por qué lo hacía. Otras veces odiaba tanto su apariencia que no le importaba. Otras, se odiaba tanto a sí misma que le hacía sentir bien el daño que se hacía.
Luego, lavó sus dientes, se perfumó y se maquilló. Se miró una última vez en el espejo y creyó verse un poco mejor. Con una sensación de vacío en su interior y en su alma, bajó las escaleras para irse, no sin antes saludar a su mamá. Luego se fue. En ese momento su madre se preguntó por qué estaba tan flaca, tan esquelética. Pues es por lo que hacía en consecuencia de cómo se veía frente a los espejos. Sí, su peor enemigo era ella misma. Era ella quien se veía como no quería ser, quien sentía repulsión por lo que era, quien se hacía daño por su odio a sí misma. Y cuando se desnudaba frente al espejo veía un reflejo que no era el suyo, sino que era el reflejo de lo que sentía por ella misma.
Curioso resulta que mientras salía de su casa se ponía los auriculares del MP3 para escuchar un poco de música, en especial un consejo que le daba Pedro Aznar en una de sus canciones: “Nunca te desnudes frente a espejos que deforman”. Le encantaba esa frase pero nunca había seguido ese consejo. Continuaba desnudándose frente a los espejos que más deforman, los peores espejos a los que podría alguna vez enfrentarse: sus propios espejos.
-Leandro Gómez.