Como todas las tardes en la Calle de Pobres Corazones, aquel viejo vagabundo se encontraba sentado en la misma cuadra de siempre, en el mismo lugar, con el mismo cartel: un pedazo de cartón escrito con marcador apoyado en el sombrero donde se depositaban las limosnas. En él decía: ‘VENDO SUEÑOS: con un granito de arena su sueño se hará realidad.’ Yo pasaba siempre por ese lugar camino al trabajo -y aún lo hago-, y lo veía siempre durmiendo, tal vez por eso ni él ni el cartel despertaban en mí algún sentimiento de solidaridad, por lo que solía seguir de largo a mi trabajo. Soy columnista de una revista poco vendida, escribir es lo que más me gusta y espero algún día convertirme en un escritor famoso, pero la falta de talento en mí es lo suficientemente notable como para no llegar lejos. Tengo trabajo en esta revista sólo porque a nadie le interesa mi puesto. Y sí, para resumir mi vida podría decirse de mí que soy un soñador fracasado.
Ese día pasaba una vez más camino a trabajar cuando volví a cruzarme al viejo vagabundo. No había nada distinto en él o en su cartel. Era un día como cualquier otro. Pero por alguna extraña razón decidí dejar una pequeña limosna en su sombrero. Luego, el día continuó como de costumbre, sin ningún vaivén en mi camino. Faltaba media hora para terminar la jornada laboral cuando de repente un editor entra en mi oficina queriendo tener una conversación conmigo. Me explicó que la razón de nuestra charla era que quería conocer mi trabajo. Había leído algunos de mis artículos y le habían parecido interesantes. Nunca logré explicarme ni tampoco quise preguntarle cómo llegó a interesarse en esa revista y sobre todo en mis artículos de escaso interés. Pero no me importaba demasiado, sólo sabía que era una buena oportunidad que debía aprovechar. Arreglamos esa misma noche para tomar un café y llevarles las historias que había escrito.
Una semana después volví a encontrarme con el editor. Me dijo que mis historias le habían gustado y me comentó su interés de publicarlas en un libro. Totalmente emocionado por la idea de alcanzar mis metas accedí plenamente al plan. Al finalizar ese día me acosté pensando en lo que estaba sucediendo. Era algo que ya no esperaba, algo caído del cielo. Mientras miraba el techo me preguntaba cómo habría sucedido. Mis artículos no eran buenos, la revista en la que figuraban no era para nada popular y mis historias me parecían poco talentosas. No había forma de que todo eso sea real. Y entonces lo descubrí: le había comprado un sueño a ese viejo vagabundo. Mi sueño se estaba realizando poco a poco gracias a mi “granito de arena”.
Al día siguiente me propuse frenar y agradecerle, aunque tuviese que despertarlo. Pero al llegar, el lugar en el que siempre descansaba el viejo se encontraba ahora vacío, excepto por un pedazo de cartón escrito con marcador. Pero no era el mismo cartel, este era nuevo, y decía: ‘SUEÑOS VENDIDOS’. Levante el cartel, lo di vuelta y en una letra mucho más pequeña se podía leer:
‘Los sueños que he vendido no fueron comprados con dinero, fueron comprados con solidaridad, porque más de una vida pueden salir adelante cuando las personas encuentran en sí mismas la bondad para compartir, para ayudar y sobre todo para querer.
El Vendedor de Sueños.’
Me encantó la historia. :)
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